martes, 21 de abril de 2015

El cerebro mágico

El cerebro es la gran novedad, mientras el ser humano pasa al olvido

Por Sergio Sinay



De pronto los seres humanos parecen haber descubierto que tienen cerebro. Y en una era en la que no hay lugar para la incertidumbre y en la que se exigen certezas absolutas e inmediatas, se buscan en el cerebro todas las respuestas y explicaciones. Si son certeras o no, es lo de menos. De ahí la moda de las neurociencias. Y la creencia de que todo se puede explicar como un simple proceso cerebral (abonada por muchos que hacen de la neurociencia una oportunidad de negocios al calor de la credulidad generalizada y la agonía del pensamiento crítico). El amor, las emociones, los sueños, los sentimientos, las conductas, los recuerdos, las intuiciones, las deducciones, las ideas, las ideologías, los vínculos, las relaciones con la naturaleza y con otras especies, la misma vida tal como la experimentamos sería reducible a un juego de neurotransmisores, sinapsis, estriados, callosidades, hipotálamo, neocortex y amígdala.
La densidad de lo humano la complejidad de la identidad, la dimensión de la moral y sus valores, los profundos misterios de la conciencia, quedarían reducidos a una explicación plana, a un juego de imágenes en colores y 3D, a un pavloviano ejercicio de estímulo y respuesta. Todo servido en bandeja en una era en la cual la tecnología se convierte en amo del hombre y no en su servidora, una era en la que prima la pereza mental y en la que, cada vez más, las vidas transcurren en un estado de inconsciencia y esterilidad que muchos llaman felicidad aunque su verdadero nombre es vacío. Nada que no hubiera adelantado Aldous Huxley en esa inspirada distopía (escrita en 1931) llamada “Un mundo feliz”.
Stanislas Dehaene pasó por Buenos Aires para presentar sus obras “El cerebro lector”, “La conciencia en el cerebro” y “Aprender a leer”. Es francés, neuropsicólogo y una de los más reconocidos neurocientíficos actuales. Además, alguien que no cree en espejos de colores. Tras sorprenderse por el hecho de que haya personas que pagan entrada para que les cuenten cómo funciona el cerebro, Dehaene, entrevistado por el diario “Perfil”, señaló: “Hay una gran distancia entre la neurociencia y sus aplicaciones. Yo estoy muy interesado en aplicarla en educación, por ejemplo; pero no creo que sea una receta mágica. Ya sabemos bastante acerca de cómo hace el cerebro para leer, pero cómo traducir eso y llevarlo al aula es algo que se debe evaluar con mucho cuidado”. Dehane está contra el mito de que los chicos de hoy son más “inteligentes” porque desarrollan varias tareas a la vez y desmitificó el “multitasking” con el que muchos se deslumbran: “Tampoco es cierto que los niños sean mejores haciendo dos cosas a la vez. Hay limitaciones básicas del cerebro; el sistema global de la conciencia se limita a una operación por vez. La gente que trata de entrenarse para hacer multitareas lo que va a lograr es distraerse más. Es muy importante que las escuelas continúen enseñando las cuestiones básicas: a concentrarse, las letras, los números… Hacer muchas cosas a la vez estresa el cerebro. Literalmente, se lo fuerza a ir más allá de lo que puede procesar”. Tampoco se deja hipnotizar por las neuroimágenes, aunque las valora como adelanto tecnológico: “Existe una creencia errónea de que las imágenes cerebrales son más confiables que los experimentos psicológicos. Y es al revés, sin un buen experimento, la imagen que se obtiene no significa nada. La gente debería ser un poco escéptica acerca de lo que se le dice a partir de una neuroimagen”.

Como advierte el pcisólogo y filósofo Miguel Benasayag en su reciente ensayo “El cerebro aumentado, el hombre disminuido”, cuando el cerebro se toma a sí mismo como objeto de estudio, el mundo, nuestra relación con él y los amplios campos de nuestra identidad y nuestra conciencia pasan a segundo plano. Si todo el misterio del amor reside en la oxitocina, dice Benasayag, ¿qué hacemos con tantos siglos de poesía? Si la neurotecnología va a resolver todo y la neurociencia lo va a explicar, ¿hemos llegado al fin de la historia? Quizás, después de todo, haya que salir de la modorra y seguir existiendo como humanos, con todas nuestras incertidumbres a cuestas.

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