viernes, 17 de abril de 2015



Introducción al libro Pensar, de Sergio Sinay

Atrevernos a ser personas


Terminaba yo de corregir este libro cuando dos fundamentalistas asesinos entraron en la redacción del semanario satírico francés Charlie Hebdo y exterminaron a doce personas (dibujantes, escritores, correctores, asistentes). ¡Alá es grande!, chillaron mientras cometían su crimen deleznable, injustificable, imperdonable. Es imperdonable porque no hay perdón sin arrepentimiento. Y el arrepentimiento es una expresión del pensamiento. En la redacción de Charlie Hebdo fue asesinado el pensamiento, encarnado en esos doce cuerpos martirizados. Los canallas que lo hicieron encarnaban a su vez, de un modo atroz, la incapacidad de pensar, la imposibilidad de expresar una idea y argumentar por ella, la horrible y trágica consecuencia del oscurecimiento y la degradación de un atributo humano esencial, la conciencia, y de su fruto más excelso: el pensamiento. Quienes cultivan este fruto se elevan por sobre el mero hecho de ser individuos de una especie, la humana, y alcanzan la condición de personas. Quien mata al que piensa, no sólo porque piensa sino porque expresa ideas y cosmovisiones ajenas a las propias, es humano. Por eso es asesino. No hay animales asesinos, el animal mata por hambre, no por odio. Los animales ni odian ni tienen noción de bien y mal. No son morales. El que mata una idea en el otro asesinándolo, es humano, lo repito, no animal. Pero no es persona, dimite de esa condición, y no por falta de atributos, ya que una característica de los humanos es que venimos al mundo equipados para pensar.
No sólo se deja de hacerlo asesinando a personas indefensas en una redacción. Lamentablemente hay muchas maneras de no pensar o de hacerlo de modos tan disfuncionales que arrojan resultados trágicos. Hay maneras de no pensar que se disfrazan de pensamiento. Hay maneras sofisticadas, hipócritas, sutiles, engañosas de no pensar. Y ninguna es inocua. Se pagan altos costos por la pereza mental, por el temor a tomar las herramientas del pensamiento y adentrarse con ellas en el mundo, en los vínculos, en las incertidumbres que nos acompañan, en la búsqueda y comprensión del sentido de nuestra vida. Lamentablemente vivimos en una sociedad y en un tiempo que facilitan las coartadas para quienes no quieren pensar y desean evitar que se note.
Desgraciadamente los costos de la pereza y de la cobardía mental no sólo alcanzan a quienes desertan de este esencial atributo humano, sino que comprometen, empobrecen y lastiman a toda la sociedad. Esto se refleja en la política, en la economía, en la cultura, en el deporte, en la tecnología, en la ciencia, en las relaciones humanas, en la vida familiar, en la pareja, en los vínculos de padres e hijos, en la relación con el medio ambiente. Pensar asusta, cansa, requiere esfuerzo, salir del redil, convoca a compromisos que no se quiere asumir, lleva a recorrer el mundo interior, a percibir el mundo externo y a cumplir en él con los deberes morales que se nos plantean desde que existimos, a salir del egoísmo, a mirar al prójimo, a comprender los propios sentimientos y emociones para acceder a la empatía, a escuchar y entender ideas y cosmovisiones diferentes.

Pensar es un desafío. Aceptarlo nos compromete a vivir como personas, a asumirnos como agentes morales, a emprender una vida que deje en el mundo una huella que lo mejore. Negarse al desafío tiene un precio. El de vivir como objetos, pasar por la superficie de la vida apenas rozándola, aunque se pretenda, acudiendo a fórmulas prefabricadas, haber vivido “intensamente”, haberse “divertido”, haberla “pasado bien”. Hoy y aquí, en nuestra sociedad, en nuestro tiempo, el desafío de pensar se ha hecho omnipresente e ineludible. Nadie puede pensar por cada uno de nosotros. Como toda responsabilidad, también ésta es personal e intransferible. Y como toda responsabilidad, nos pone de frente al otro, a los otros, a la comunidad de la que somos parte. Este libro explora con la mayor honestidad y sinceridad de la que me siento capaz el escenario doloroso que deja el pensamiento vacante. Es un análisis de lo que significa pensar y de lo que significa no hacerlo. Es una evaluación de los daños de la desidia mental y del pensamiento oportunista, así como de las múltiples formas de manipulación del pensamiento débil. Es también, por oposición y por afirmación, una invitación a pensar. A volver a pensar antes de que sea tarde y ya no sepamos cómo hacerlo. Y, quiero aclararlo, no es una invitación a que pensemos igual, a que estemos de acuerdo, a que nos guardemos argumentos para evitar desacuerdos. Es una invitación a todo lo contrario. Es decir, a pensar.

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