Juan José Sebreli, un acto de justicia
Por Sergio Sinay
En una época de intelectuales cómodos, temerosos o serviles, este pensador reivindica el valor del pensamiento crítico y de la independencia, y recibe un merecido y necesario reconocimiento
El intelectual cuestiona el poder, objeta el discurso
dominante, provoca discordia, introduce un punto de vista crítico, no sólo en
su obra sino en el espacio público. Y debe asumir también las consecuencias de
sus elecciones. Hace todo esto en un lugar y un tiempo concretos y reales.
Cotidianos. Su vida no es solo cerebral. Actúa en el mundo. Esta clara
definición de lo que es un intelectual, inspirada en figuras relevantes del
siglo XX, pertenece al historiador italiano Enzo Traverso, que la desarrolla en
¿Qué fue de los intelectuales? El
título de ese libro no es ocioso. El perfil de intelectual que describe brilla
hoy por su ausencia. Son muy pocos los que hacen honor a él. Los demás se han
ido abonando al oportunismo, a la comodidad del relativismo moral, han
traicionado a su condición de conciencia crítica de la sociedad, dejaron sus
lugares de resistencia y, como ocurre en la Argentina con tantos escribas de
cartas abiertas, han optado por “militar” como sicarios del poder. De un poder
corrupto y manipulador que simboliza aquello a lo que se opusieron los
verdaderos intelectuales de siempre, eso que a muchos les llevó a perder
sueños, libertad y también la vida.
En ese contexto emerge como un notable acto de justicia la
distinción a Juan José Sebreli como ciudadano ilustre de Buenos Aires, otorgada
por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pocos, muy pocos, lo
merecen como él. Sebreli es si no el último, uno de los últimos mohicanos en
este tema. Un pensador independiente y libre, de mirada aguda e insobornable,
un autodidacta convertido en necesario, enriquecedor e ineludible maestro en el
arte de pensar críticamente y de expresar ese pensamiento con fundamentos y con
iluminadora claridad (hay claridades que solo encandilan y ciegan). “La
igualdad entre los humanos significa respetar las diferencias y no igualar a
todos en un molde único”, señala en sus Cuadernos.
Allí mismo dice que la esencia de la función del intelectual es dudar y
criticar y que no debe buscar la redención, el martirio, ni la santidad, sino
solo la lucidez. Toda su obra (que incluye títulos siempre vigentes y
necesarios, como Buenos Aires, vida
cotidiana y alienación, Los deseos
imaginarios del peronismo, El olvido
de la Razón, Comediantes y Mártires,
Crítica de las ideas políticas argentinas
o El malestar de la política, entre
otros), es una muestra de coherencia con esa propuesta.
Quien lee a Sebreli no siempre estará de acuerdo en todo con
él (es mi caso), pero aun así no dejará de aprender a pensar, a fundamentar. Será
llevado a nuevos horizontes de sus propias ideas. Y se encontrará con alguien
que no chicanea, que no juega con mala fe, que ofrece con honestidad y con
argumentos de profundas raíces su posición. Como lector, o como oyente,
agradecerá también su inteligente, fino y sabio uso de la ironía. “Con buenos
modales no se escriben buenos libros”, señaló alguna vez, pero ese no es su
caso. Su lector se hallará con un intelectual que, declarando sus posiciones
(abrevó en el existencialismo, en el marxismo), nunca hizo de ellas un bastión
fundamentalista. Un humanista ante todo.
“Somos expresión de nuestro tiempo y no podemos escaparnos
de él”, reflexiona en Cuadernos. En
esa línea afortunadamente Juan José Sebreli expresa un rasgo de esperanza.
Estimula a no aflojar, a persistir en el empeño de pensar, a perseverar en
mantener encendida (con las herramienta de las ideas, de la actitud y de una ética moral) una antorcha que funcione
como faro en la noche oscura de la corrupción, de la indiferencia, del
quietismo, de la cobardía y de la inmoralidad. Esta vez, algo cayó para el lado
de la justicia.
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