lunes, 8 de junio de 2015

Juan José Sebreli, un acto de justicia

Por Sergio Sinay

En una época de intelectuales cómodos, temerosos o serviles, este pensador reivindica el valor del pensamiento crítico y de la independencia, y recibe un merecido y necesario reconocimiento
al ser nombrado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires 





El intelectual cuestiona el poder, objeta el discurso dominante, provoca discordia, introduce un punto de vista crítico, no sólo en su obra sino en el espacio público. Y debe asumir también las consecuencias de sus elecciones. Hace todo esto en un lugar y un tiempo concretos y reales. Cotidianos. Su vida no es solo cerebral. Actúa en el mundo. Esta clara definición de lo que es un intelectual, inspirada en figuras relevantes del siglo XX, pertenece al historiador italiano Enzo Traverso, que la desarrolla en ¿Qué fue de los intelectuales? El título de ese libro no es ocioso. El perfil de intelectual que describe brilla hoy por su ausencia. Son muy pocos los que hacen honor a él. Los demás se han ido abonando al oportunismo, a la comodidad del relativismo moral, han traicionado a su condición de conciencia crítica de la sociedad, dejaron sus lugares de resistencia y, como ocurre en la Argentina con tantos escribas de cartas abiertas, han optado por “militar” como sicarios del poder. De un poder corrupto y manipulador que simboliza aquello a lo que se opusieron los verdaderos intelectuales de siempre, eso que a muchos les llevó a perder sueños, libertad y también la vida.
En ese contexto emerge como un notable acto de justicia la distinción a Juan José Sebreli como ciudadano ilustre de Buenos Aires, otorgada por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pocos, muy pocos, lo merecen como él. Sebreli es si no el último, uno de los últimos mohicanos en este tema. Un pensador independiente y libre, de mirada aguda e insobornable, un autodidacta convertido en necesario, enriquecedor e ineludible maestro en el arte de pensar críticamente y de expresar ese pensamiento con fundamentos y con iluminadora claridad (hay claridades que solo encandilan y ciegan). “La igualdad entre los humanos significa respetar las diferencias y no igualar a todos en un molde único”, señala en sus Cuadernos. Allí mismo dice que la esencia de la función del intelectual es dudar y criticar y que no debe buscar la redención, el martirio, ni la santidad, sino solo la lucidez. Toda su obra (que incluye títulos siempre vigentes y necesarios, como Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, Los deseos imaginarios del peronismo, El olvido de la Razón, Comediantes y Mártires, Crítica de las ideas políticas argentinas o El malestar de la política, entre otros), es una muestra de coherencia con esa propuesta.
Quien lee a Sebreli no siempre estará de acuerdo en todo con él (es mi caso), pero aun así no dejará de aprender a pensar, a fundamentar. Será llevado a nuevos horizontes de sus propias ideas. Y se encontrará con alguien que no chicanea, que no juega con mala fe, que ofrece con honestidad y con argumentos de profundas raíces su posición. Como lector, o como oyente, agradecerá también su inteligente, fino y sabio uso de la ironía. “Con buenos modales no se escriben buenos libros”, señaló alguna vez, pero ese no es su caso. Su lector se hallará con un intelectual que, declarando sus posiciones (abrevó en el existencialismo, en el marxismo), nunca hizo de ellas un bastión fundamentalista. Un humanista ante todo.

“Somos expresión de nuestro tiempo y no podemos escaparnos de él”, reflexiona en Cuadernos. En esa línea afortunadamente Juan José Sebreli expresa un rasgo de esperanza. Estimula a no aflojar, a persistir en el empeño de pensar, a perseverar en mantener encendida (con las herramienta de las ideas, de la actitud y  de una ética moral) una antorcha que funcione como faro en la noche oscura de la corrupción, de la indiferencia, del quietismo, de la cobardía y de la inmoralidad. Esta vez, algo cayó para el lado de la justicia.

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