martes, 1 de septiembre de 2015

Burradas históricas

Por Sergio Sinay

Cuando la ignorancia queda expuesta, la reacción de los soberbios es insultar a quien los puso en evidencia. Algo repetido en la Argentina de hoy.


     La mezcla de soberbia e ignorancia puede producir un cóctel tóxico. La última tanda de insultos presidenciales cayó esta semana a través de twitter y le tocó recibirla al Doctor en Ciencias Políticas Alejandro Corbacho, director del Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad del CEMA (Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina). El huevo de la serpiente, de Ingmar Bergman, o La cinta blanca de Michael Hanecke, etcétera) que le hubieran evitado esta muestra de ligereza y la habrían sacado del desacierto. Pero si ya se tergiversó la historia nacional, ¿por qué no hacerlo con la universal? Según este esquema conceptual tan primario (y basado en un error), una humillación justificaría millones de muertes y genocidios. Una justificación, también, del resentimiento como motor del vale todo.
     El pecado de Corbacho consistió en señalar el desconocimiento de la “abogada exitosa” acerca de los reales orígenes del nazismo. Con pasmosa simpleza y pobreza de argumentos ella lo había atribuido a que Alemania se sintió humillada tras la Primera Guerra. Abunda la información proveniente de fuentes respetables (historiadores, politólogos, memorias de grandes políticos, extraordinarias películas como
     Corbacho señaló que esa interpretación de la historia es sesgada, pobre y anacrónica, y que ya fue superada por nuevos y ricos aportes. Esto le valió ser el blanco de una andanada de tuits emitidos desde lo alto del poder (tan mal escritos y faltos de sintaxis como es habitual) en que se lo tildó de burro. Acaso el catedrático podría haber hecho mención al mecanismo psicológico conocido como proyección, pero eligió una respuesta más sencilla, terminante e incontestable. Pidió a su ofensora “un poquito de humildad”. ¿Peras al olmo? Quién sabe.
   William Shirer (1904-1993), gran Periodista (uso la mayúscula porque lo merece), cubrió la Guerra desde Berlín para el New York Herald y dejó como testimonio imperdible y necesario sus Diarios de Berlin 1934-1941, reunidos en un libro apasionante y estremecedor que da cuenta de los acontecimientos (y de su génesis) en tiempo real, con notable lucidez. Quien lo haya leído jamás dispararía teorías tan antojadizas sobre el origen del nazismo. Humildad es también informarse, estudiar, leer, aceptar un error, pedir disculpas, reconocer a quienes saben más que uno y agradecerles.
     Shirer dice en sus Diarios que hay tres mentiras infaltables en tiempos de guerra: 1) los gobiernos dicen que el derecho está de su parte; 2) que su lucha sólo busca la defensa de la nación y 3) que están seguros de vencer. Es curioso que en estas pampas las mismas ficciones se apliquen en tiempos de paz. Y al servicio de intereses corruptos y perversos.
     En la entrada de su diario correspondiente al 19 de julio de 1940, después de asistir a una sesión del Reichstag (Parlamento) en la que habla Hitler, Shirer escribe: “Observé que es capaz de decir una mentira con cara de absoluta sinceridad. Es probable que algunas de esas mentiras no lo sean para él, porque cree fanáticamente en lo que está diciendo, por ejemplo cuando hace una falsa recapitulación de los últimos veintidós años o su constante reiteración de que Alemania nunca fue derrotada en la última guerra sino traicionada”. 
    Al margen de ciertos ecos estremecedores que emanan de este párrafo, el hecho de que se repita hoy la versión de Hitler, existiendo los diarios de Shirer, la obra de Ian Kershaw, de Richard Bessel, de John Toland, de Peter Fritzsche o de Eric Hobsbawm, entre otros nombres imprescindibles para comprender el siglo XX, es cuanto menos preocupante. Aunque esa justificada preocupación reciba como respuesta un insulto. Uno más.


2 comentarios:

  1. Hace años trabajé en una empresa donde la dueña se parecía mucho a esta señora. Vestía muy bien, con lo más caro, de preferencia importado, al igual que su auto. Verborrágica sin límites, detestaba a las personas educadas porque ella no lo era, a las cultas porque ella no había estudiado, a los lindos y a los flacos porque ella era gorda.... Pero por sobre todo detestaba a los que pensaban distinto de ella. Por lo tanto para conservar el trabajo muchos le seguían el juego, adulándola y haciendo de verdaderos aplaudidores. Organizaba fiestas donde los empleados estaban obligados a asistir bajo pena de apercibimiento el día después. Muchos años manejó la empresa de la forma más injusta, arbitraria y escandalosa, despilfarrando el dinero en sus compras absurdas y dando cada vez peores servicios. Pero nadie podía y otros no querían decirle nada... Muchos años hizo eso... hasta la noche en que recostó su cabeza en la almohada para no despertar jamás. El infarto fue el único que pudo decirle ¡basta! Se puede hacer tanto daño o tanto bien en esta vida...tal vez sea sólo cuestión de optar. Ojalá los poderosos pudieran imaginarse sobre el final de sus vidas y pensar con lucidez sobre cómo quisieran ser recordados.

    ResponderBorrar
  2. Excelente nota, Sergio,. Sólo un detalle técnico: se produjo un error de continuidad en el texto. A la mitad del primer párrafo, la oración que comienza con "El huevo de la serpiente, de Ingmar Bergman...", debería ir pegada al final del segundo párrafo, que hasta ahora queda así, como una gestalt inconclusa, en "...extraordinarias películas como..."

    ResponderBorrar