Hacia una
transformación postergada
Por Sergio Sinay
Aunque la economía ofrezca grandes dificultades, hay momentos en que las sociedades ponen por delante aspiraciones éticas y morales. Este parece ser uno de esos momentos
Cuando el
candidato kirchnerista se lanzó a liderar una desesperada campaña de terrorismo
verbal procurando obtener por el miedo lo que no lograba con ideas, hizo lo que
Albert Camus, un héroe moral del siglo XX, consideraba lo contrario de la
nobleza: mentir acerca de lo que uno sabe. Y cuando él y su ama política (que
lo desprecia y que tras hacer manipulado la verdad a través de cadenas
oficiales padece ahora una súbita afonía) violaron reiteradamente la veda
electoral, ejercitaron lo que el filósofo y lingüista Tzvetan Todorov llama, en
su libro Los enemigos íntimos de la
democracia, la barbarie del poder. Era una violación más a las reglas del
juego democrático. Y cuando impera esa barbarie, apunta Todorov, “el jefe de
Estado no se siente obligado ni por las leyes ni por sus propias promesas y
solo cuenta su voluntad en cada momento”.
Por conductas de
ese tipo la Argentina es, según apuntaba ya en 1990 el invalorable jurista
Carlos Nino (1940-1993), “uno de los pocos países del mundo en pronunciadas
vías de subdesarrollo”, un caso notable de reversión fulminante y rápida. Lo
señalaba en un libro cuya vigencia aumenta día a día: Un país al margen de la ley. En esa obra lúcida, dolida y doliente
Nino marca cómo el populismo aísla al país del mundo y cómo la agonía de la
cultura del trabajo lleva a valorar lo que se tiene por sobre lo que se es, al
tiempo que alienta la búsqueda de atajos y la corrupción. En ese contexto, la
invocación de un mítico y confuso “ser nacional” (sin fundamentos en la
historia, en la Constitución o en la experiencia real de la sociedad) lleva al
poder a “defenderlo” aun a costa de derechos y libertades individuales (en la
patética Secretaría de “Pensamiento Nacional” no deben de haber oído hablar de
esto). Estos y otros factores, en fin, terminan por crear las condiciones para
lo que Nino considera una tragedia nacional: la anomia, “la ilegalidad en
particular, o sea la no observación de normas morales, jurídicas y sociales”.
El domingo 22 de
noviembre la mitad de la ciudadanía expresó su hartazgo respecto de esta
barbarie, de esta involución y de esta anomia. Mientras el oficialismo
intentaba sembrar el terror profetizando que su derrota significaría el fin del
clientelismo, del consumismo sostenido con cebos obscenos, de derechos que no
son dádivas monárquicas y que por lo tanto resultan inalienables, esos votantes
lejos de intimidarse afirmaban una convicción. Esta vez parecían dispuestos a
poner aspiraciones morales, propósitos de convivencia y construcción de modelos
de vida por encima de riesgos económicos. Reducidas a una cosmovisión estrecha,
oscurantista y éticamente miserable, las usinas oficialistas amenazaban (cada
vez con más furia y menos escrúpulos) con lo que supuestamente los ciudadanos
dejarían de tener, y estos respondieron firmemente con lo que aspiran a ser.
Pero no termina
ahí. La voluntad social de cambio deberá ser respondida desde el nuevo gobierno
con el despliegue de mapas claros, legibles y posibles. Y también con una
honesta descripción de los riesgos y costos que encierra el viaje hacia una
sociedad abierta, comunicada con el mundo, confiable, previsible y realizadora.
Una sociedad, en fin, cuyo futuro aguarde adelante y no atrás, como ocurre
cuando el populismo ofrece un pasado manipulado, no experimentado y falso como
único (y eternamente postergado) porvenir. El concreto diseño de ese futuro y
la puntual descripción de las tareas que requiere permitirán que una buena
porción de la sociedad que fue sensible al terror sembrado por un candidato exasperado
e impúdico pueda sumarse a esa transformación colectiva y fortalecerla.
La economía no
está bien y eso se verá con toda su crudeza cuando la troupe de corruptos se
vaya el 11 de diciembre (es de esperar que sus cuentas no queden impagas). Pero el verdadero desafío del nuevo gobierno
tiene que ver menos con la economía que con ser el iniciador de una profunda y
balsámica transformación cultural que la sociedad argentina viene postergando
desde el comienzo de la democracia. Y desde antes también.
Buenos días Sergio. Totalmente de acuerdo con tu enfoque. Creo exactamente lo mismo que vos. Si tenés tiempo y ganas, te invito a visitar mi blog "Hormigas y montañas", en https://hormigasunidas.wordpress.com/, donde intento expresar ideas que entiendo son bastante similares a las tuyas. No estoy seguro cómo tengo que hacer para seguir recibiendo tus posteos. Supongo que será haciendo click en el botón "Seguir por correo electrónico", así que ahora voy a intentarlo. Te mando un abrazo. Héctor.
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