lunes, 30 de noviembre de 2015

Un cambio hacia lo desconocido
Por Sergio Sinay

Será necesaria una transformación cultural, sólo posible si se inicia en nuestras conductas cotidianas. Y eso cambiará la política y la economía.


      La comparación de la situación actual con la de 1999, cuando ganó la Alianza  y asumió De la Rua, cae en dos de las ilusiones cognitivas (o atajos del pensamiento) que el psicólogo del comportamiento Daniel Khaneman, único no economista que ganó el Premio Nobel de Economía (en 2002), estudió y definió en su libro Pensar rápido, pensar despacio. Una es la ilusión de recuerdo y la otra es la falacia narrativa. La primera toma una situación o elemento conocido y familiar y, confundiendo familiar con verdadero, crea un relato. La situación actual es nueva, y como no tenemos referencia, le aplicamos un dato conocido para no convivir con la incertidumbre. La falacia narrativa, a su vez, crea expectativas y visiones del presente a partir de dudosas y discutibles historias del pasado. El 2001 existió, pero estamos en 2015. Aquello ya fue vivido, esto no.
De hecho, es necesario repetirlo, las elecciones del 22 de noviembre pasado no se decidieron por lo económico, sino por el hartazgo moral. Si hubiese prevalecido lo económico (como en todas las elecciones pasadas, excepto la de Alfonsín) habrían vencido los descarados argumentos consumistas que el kirchnerismo impulsó durante años, sin la menor responsabilidad, con especial énfasis en su vergonzosa agonía. Esta vez se siguió la secuencia que señala el filósofo francés André Comte-Sponville en El capitalismo, ¿es moral? Si la economía se impone a la política hay barbarie económica, si la política se impone a la justicia hay barbarie política, si la justicia se impone a la moral hay barbarie jurídica. La moral es el límite. Desde ella deben alienarse los demás ámbitos.
     Del hartazgo moral no se sale con políticas económicas, aunque será necesario sincerar la economía, ponerla al servicio de necesidades sociales y de proyectos colectivos convocantes, que creen ámbitos de convivencia en los cuales los ciudadanos puedan desarrollar lo mejor de sí para desandar caminos existenciales trascendentes. El catalán Josep Burcet (1940-2011), sociólogo de la comunicación y la civilización, profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona y en la Universidad Politécnica de Cataluña, y Visiting Scholar en la Universidad de Michigan, trabajó intensamente durante la última década de su vida en un Manifiesto para el Cambio Cultural, al que consideraba como la gran transformación que debería dejar este siglo. En los apuntes para ese Manifiesto escribió Burcet: “Más allá de la economía, la tecnología, la ecología y la ciencia, la cohabitación cultural se convertirá en uno de los problemas más característicos del siglo XXI. Ya no nos basta concentrar nuestros esfuerzos en los temas económicos, tecnológicos, ecológicos y científicos. Ahora debemos incluir en nuestra agenda los temas de cohabitación y transformación cultural”. Estos temas nos aguardan, señalaba, por encima de nuestras urgencias cotidianas.
     Cambiar significa hoy y aquí salir de la cultura del primero yo, del oportunismo, de la indiferencia hacia el entorno, del ventajismo. Significa abandonar la creencia de que las leyes son para los otros (para los giles) y que es de vivos burlarlas y evadirlas. Significa aprender a aceptar las diferencias partiendo de la base de que aceptar es mucho más que tolerar. Significa entender que los deberes anteceden a los derechos, porque, como decía Simone Weill (1909-1943), filósofa que se inmoló apoyando sus convicciones con su vida, aquellos tienen que ver con el Tú y éstos con el Yo. 
     Este cambio cultural no lo puede imponer un gobierno por decreto (aunque las conductas de sus miembros deben ser referencias claras y permanentes). Como toda transformación profunda, deberá empezar en las acciones cotidianas de quienes elijan vivir de otra manera. Parando en los semáforos en rojo, respetando límites de velocidad, no eludiendo impuestos, olvidando el ejercicio de la coima, honrando como padres la autoridad de los docentes porque sus hijos son alumnos y no clientes. Sobran los ejercicios diarios para producir un cambio cultural. Se trata de no andar por la vida flojos de papeles. El resultado se verá también en la economía y en la política. La tarea requiere paciencia, constancia y buena fe. No tiene antecedentes. Hay que crearlos.

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