jueves, 28 de mayo de 2015

El gavilán rastrero

Por Sergio Sinay


Recordatorio para viajeros y votantes olvidadizos o desprevenidos

Sin el menor pudor y sin el menor rubor el candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por el Frente para la Victoria afirma que, en el caso de acceder al cargo (un fenómeno acaso imposible por vía electoral), haría con la ciudad lo mismo que hizo con Aerolíneas Argentinas. Un viejo dicho sostiene que quien avisa no es traidor. Y él avisa. Aerolíneas Argentinas no presenta balances desde que este candidato ocupa la presidencia de la compañía. Tratándose de la línea estatal el balance es más que nunca una rendición de cuentas ante quienes sostienen la empresa, es decir todos (y todas) los argentinos. Además, devora dos millones de dólares diarios, que son manoteados de la Anses, es decir del dinero que legítima y legalmente pertenece a los jubilados, a quienes se les escamotea sistemáticamente. Aerolíneas Argentinas es, por otra parte, un refugio de “militantes” de la facción a la que pertenece su presidente, quienes engrosan incesantemente la lista de empleados y, en la práctica, resultan becarios sin obligación de prestación alguna, salvo la “militancia”. De acuerdo con la Auditoría General de la Nación, la empresa tiene 33 pilotos para cada avión, cuando de acuerdo con las indicaciones de IATA (organismo que regula la aeronavegación a nivel internacional) el promedio de la mayoría de las compañías del mundo es de 13. Aún así, muchas de las diarias, abundantes y abusivas demoras de sus vuelos se deben a carencia, tardanza o problemas para conseguir o completar la tripulación, según se suele informar (cuando se informa) a los pasajeros, a quienes se les roba repetidamente tiempo y vida (porque el tiempo es vida) con una falta de respeto que ya resulta parte de la cultura de la organización.
Con viento político a favor (soplado desde el pináculo del poder), este paupérrimo gestor jamás logró que AA levante vuelo, lo cual no es obstáculo para que él cobre doble sueldo (por Aerolíneas y por Austral, que también preside, con igual ineficacia). Lo más notorio de la gestión es el enorme gasto en publicidad para general un relato muy al uso de la década corrupta, según el cual la empresa volaría en el mejor de los mundos. Allí nada se dice de cómo niega rampas y rutas a otras aerolíneas hasta convertirse casi en un monopolio que, si debiera competir, perdería en todos los campos. Mientras tanto, boxea con su propia sombra y se declara vencedora. Nada sorprendente en el mundo del relato perverso.

La Auditoria denunció en su momento que la compañía llegó a perder 1000 (mil) millones de dólares en un año y medio (cifra que, como sabemos, y sentimos, se toma de los bolsillos de los ciudadanos) y advirtió que “en cualquier empresa donde se pierden casi 1.000 millones de dólares en un año y medio los accionistas no tardarían ni un segundo en echar a los responsables". En este caso el responsable no solo permanece inmutable en el cargo, sino que aspira a continuar su tarea devastadora ya no con la empresa de bandera solamente, sino también con la entera ciudad de Buenos Aires. Una notable voracidad que, hablando de volar, recuerda a la del gavilán rastrero, un ave rapaz que busca sus presas volando bajo.

lunes, 25 de mayo de 2015

Kultura no es cultura

Por Sergio Sinay

 

Nadie bautizaría un hospital de niños con el nombre de Herodes (el rey de Judea al que un relato evangélico le atribuye haber ordenado la matanza de chicos menores de dos años nacidos en Belén). Tampoco pondría el nombre de La Costilla Deliciosa a un restaurante vegetariano. O Viva la Vida a un cementerio privado. Se trataría, en todos los casos, de una contradicción en los términos, una discordancia sin solución. Lo mismo ocurre con el faraónico centro cultural Néstor Kirchner inaugurado el viernes 22 de mayo en Buenos Aires. Se puede discutir (y de hecho se discute) acerca de qué es cultura. Hay quienes la confunden con espectáculos masivos (como, entre otros, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires). Para otros se reduce al arte. Están quienes piensan que merece el nombre de cultura la suma de toda la creación humana. Y los que la parcelan y fragmentan según pueblos, actividades u organizaciones. Acaso esta discusión no se salde nunca. Pero nunca, tampoco, se podrá lograr que haya la menor armonía entre el nombre Néstor Kirchner y un centro cultural. Menos en el país  de José Hernández, Antonio Berni, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Leonardo Favio, el perito Francisco Moreno, Almafuerte, Daniel Barenboim, Marta Argerich, Carlos Gorostiza, Eduardo Falú, José Ingenieros, Ezequiel Martínez Estrada, Tulio Halperín Donghi, Mercedes Sosa, Alicia Moreau de Justo, Alfonsina Storni o Lola Mora por citar apenas algunos nombres que acuden desde la memoria ante el primer timbrazo. Todos ellos se disparan en cuanto suena la palabra cultura. Por supuesto, hay muchos más y, por supuesto, se puede ampliar el espectro de las actividades de las cuales provienen.
Es un oxímoron nombrar Néstor Kirchner a un centro cultural en el que se invirtieron millones de pesos que brillan por su ausencia en la lucha contra la pobreza, el mejoramiento de las rutas, la provisión de los hospitales, radares que permitan controlar el narcotráfico y tantas otras carencias de un país que se descascara sin pausa. Se llama oxímoron a una figura literaria que une en una misma frase conceptos opuestos y contradictorios. Por ejemplo, frío caluroso, noche soleada, gorda delgadez, guerra pacífica o, en este caso, Centro Cultural Néstor Kirchner. Cultura no es degradar las instituciones republicanas, escrachar jueces, descalificar al que piensa distinto, apropiarse del Estado en beneficio propio, desvirtuar hasta vaciar de significado del concepto derechos humanos, mostrar indiferencia cómplice ante el narcotráfico, ante la desnutrición infantil, ante la muerte de decenas de personas en trenes indignos que solo se mejoran tardíamente y con fines electorales. Cultura no es corrupción.

El centro cultural inaugurado en donde funcionó el Correo Central es hoy un enorme envase de lujo, otra selfie de las que acostumbran a tomarse en el pináculo del poder, otro ejercicio de narcisismo, una página más de un relato sin sustento, sin raíces. Otra autocelebración pagada con dinero público. Será tarea de otros convertirlo algún día en un espacio que refleje la cultura del país en todas sus manifestaciones. Cuando eso ocurra quizás pueda ser rebautizado con un nombre que recuerde la diversidad y la amplitud de la verdadera cultura. Habrá muchos nombres que le vendrán mejor. Porque kultura no es cultura.

jueves, 21 de mayo de 2015

En el país de las excusas

Por Sergio Sinay

Nos ametrallan impunemente con argumentos que distorsionan la realidad. ¿Por qué aceptarlos?


Cuando la responsabilidad agoniza las excusas se reproducen como plaga. Se disparan como un gatillo fácil. Nos rodean hasta asfixiarnos. Veamos algunas de las que tuvimos que escuchar últimamente: 

Dos jueces favorecen cínicamente a un abusador de menores y desamparan al chico de 6 años que fue víctima de ese canalla imperdonable. Como excusa dicen que el chico (¡6 años!) era homosexual. En la oscura mente de estos jueces un homosexual goza al ser violado. Y como muestra de ignorancia supina atribuyen sexualidad definida a un niño cuando se sabe que a esa edad hay órganos sexuales pero no se ha desarrollado la sexualidad (les recomendaría a estos sombríos magistrados la lectura de la gran Alice Miller, la más sólida y comprometida estudiosa del abuso infantil en todas sus formas, pero dudo que la lectura sea parte de sus prácticas). Siguiendo el peregrino argumento de estos peligrosos impartidores de injusticia se podría llegar a decir que el hecho de que una mujer tenga vagina habilita que sea violada. O se podría acusar a la víctima de un asesinato de haberse cruzado en el camino de la bala que la mató.
Sigamos. Dos chicos mueren en el incendio sospechoso de un taller clandestino en el que no solo vivían sino que trabajaban como esclavos. El taller había sido denunciado con todos los datos necesarios para cerrarlo. Pero la connivencia policial, judicial y gubernamental deja que esos antros de esclavitud sigan existiendo bajo la excusa (sostenida sotto voce por funcionarios y candidatos a altísimos cargos) de que cerrarlos dejaría a mucha gente sin trabajo. Con la misma excusa (nunca dicha de frente, porque la cobardía lo impide) se deja seguir avanzando a mafias como las de los trapitos, los manteros o los prostíbulos. Además de inmoral, este argumento permitiría, siguiendo la línea, decir que terminar con las guerras dejaría sin trabajo a los traficantes de armas y a quienes trabajan en las fábricas que las producen (por lo tanto mejor es aumentar las guerras para crear trabajo), que perseguir el robo privaría de empleo a los ladrones, que terminar con el contrabando fomentaría el desempleo entre contrabandistas. Un día alguno de los canallas que esgrime estas excusas podría ser nuestro presidente.
Hay más. Cada vez que el podrido fútbol argentino produce un nuevo crimen o asesinato, un masivo coro de oportunistas que viven de este deporte le atribuye el hecho a diez “idiotas” o “loquitos”. De esa manera se exime a los responsables de la pudrición: dirigentes, gobernantes que manipulan e intoxican este deporte, los jugadores y sus “códigos”, y los hinchas que multitudinariamente aplauden a las barras bravas o las avalan con su silencio. Siguiendo este falaz argumento se podría decir que la corrupción que carcome al país hasta el hueso es obra de “diez corruptitos”, la inseguridad es producto de “diez asesinitos”, los 8 mil muertos anuales en rutas donde no se respeta ninguna norma se deberían a “diez loquitos al volante” y mientras el país entero se hunde sin remedio en una decadencia de retorno, no habría ningún responsable para ninguna cuestión y el desmadre podría seguir porque sería siempre obra de diez tipos que “no nos representan”. Pero ocurre que no son diez y que sí son exactos representantes de la sociedad.
Todas estas excusas, y tantas más, son las máscaras de los cobardes. Cada una de ellas sale de la boca de un irresponsable que no se hace cargo de las consecuencias de sus actos, de un hipócrita incapaz de argumentar sobre la evasiva que acaba de excretar, de un cínico que habita en los márgenes de la moral. Y todas estas excusas son posibles por una sola razón: porque se aceptan.

lunes, 18 de mayo de 2015

Una pasión triste

Por Sergio Sinay



Tras el compendio de “argentinidad al palo” que se vivió en la cancha de Boca el jueves 14 de mayo (violencia, patoterismo,hipocresía, manipulación, egoísmo, ventajismo, orgullo patético, apriete, anomia, etcétera) quizás sea hora de mirar sin engaños a esta pasión nacional que usa la pelota como excusa para mancharla bien manchada. Como es usual ante un evento futbolístico decisivo, con complicidad de la televisión y ayuda de las redes sociales se multiplicaron las exhibiciones de dicha pasión. Besos a la camiseta, la bandera o el gorro, amenazas a un adversario sin rostro (“A vo te digo, gashina”, “Acordate de esta, bostero”, “Te vamo a matar”, entre otras creaciones y vaticinios). Abundaron confesiones del tipo: “Cuando muera quiero que me cremen y tiren las cenizas en la cancha, mis hijos ya lo saben”; “Sin River mi vida no es nada, River es todo para mí”; “Boca y mi vieja, en ese orden, son lo más grande, sin ellas me muero”. Tomo apenas tres de las innumerables que escuché ante cámaras y micrófonos que, alevosamente, incitaban a más. Todas, se supone, muestras de esta inocente y fervorosa pasión nacional (donde dice River y Boca caben otros equipos). Pobres los países que no la tienen. ¿Qué destino les espera? Nada comparado al grandioso futuro argentino, que no cesa de correrse como la zanahoria del burro.
Estas apasionadas expresiones de hinchas que provienen de todas las clases sociales, de todos los niveles económicos y culturales, son brutales declaraciones de vacío existencial, de vidas llenas de nada multiplicadas por millones. De existencias tiradas al abismo. No por el fútbol, no por la fervorosa adhesión a un equipo (yo también soy hincha, me alegro y me entristezco, celebro y lamento), sino por la categoría de metástasis que esa pasión ocupa en quienes la expresan (y no sólo de palabra), en quienes la avalan y en quienes la manipulan (desde los pináculos gobernantes, desde las cloacas del poder, desde los medios, desde la publicidad y el marketing y desde las usinas de negocios pestilentes).
Uno de los más influyentes filósofos de todos los tiempos, el holandés sefardí Baruch Spinoza (1632-1677), pilar del racionalismo, habló de las “pasiones tristes”. Llamaba así a aquellas pasiones (entendidas como padecimientos) que sacan al hombre de su eje y su sentido, alienándolo, llevándolo a una extrema pasividad existencial. Para Spinoza, que alertaba contra los males de la religión, las “pasiones tristes” son hijas de creencias aceptadas ciegamente, alejan al hombre de su deseo, de su fuerza vital, de su energía creativa, de su ser. Lo acercan paulatinamente a la impotencia, a la negatividad, y desde allí lo empujan a la servidumbre, a la esclavitud económica, moral, cultural, social. Los esclavizadores pueden ser ideologías, regímenes autoritarios, sistemas económicos, religiones, mandatos, sistemas de creencias.
Por un largo malentendido creemos que ser “apasionado” es ser activo, impulsivo, comprometido. Error. En su etimología la palabra pasión remite a sufrimiento quieto, a tolerancia inerme, a pasividad. Pasividad y pasión tienen una raíz común. Respecto de donde se juega la vida realmente vivida, comprometida con un sentido, estos apasionados están, entonces, fuera de la cancha. En pasividad absoluta. Es lógico que sea así. Después de todo, en un país que jamás se orientó a construir un proyecto, a fundar un futuro, a ser algo más que individualidades ocupadas de sí mismas, que pisoteó siempre la ley, el fútbol termina por ser una religión. O una dictadura. Nunca un hermoso juego como el que disfrutan las sociedades "desapasionadas". Esas en las cuales nadie reduce su vida al color de una camiseta.


viernes, 15 de mayo de 2015

Dos arqueros

Por Sergio Sinay

Cuando el fútbol y la moral se tocan




Albert Camus (1913-1960), profundo y valiente pensador, autor de El extranjero, El hombre rebelde, La peste, Calígula y tantas obras esenciales, y uno de los grandes hombres morales del siglo XX, decía: "Las mejores cosas de mi vida me las enseñó el fútbol". Jugaba de arquero en su Argelia natal. Otro arquero, en este caso contemporáneo, llamado Agustín Orión, demostró el jueves en la cancha de Boca, con su compinche saludo final a la barra brava, que el fútbol también puede enseñar las peores cosas, las inmorales, las degradantes para la convivencia humana. Pero la culpa no es del fútbol (antes de que surjan los elitistas y puristas prestos a acusar a esta práctica “plebeya”), que es un bello juego en el que se conjugan inteligencia, habilidad, tesón, cooperación, drama, alegría, esperanza, decepción, imaginación, emoción y tantos de los ingredientes de lo que, en definitiva, es la vida. Del mismo modo en que la toxicidad y descomposición de la política no es inherente a ella, o que no es atribuible al arte la banalización y comercialismo de éste o a la tecnociencia la utilización cada día más inescrupulosa de sus invenciones.
En todos los casos los responsables son las personas que intervienen en esas disciplinas con bajeza moral y las que, como público, hinchada, votantes, consumidores o sociedad en general las alientan y coparticipan como cómplices con su egoísmo, su oportunismo o su pasividad.

En lo personal, también agradezco al fútbol muchos hermosos momentos de mi vida, le agradezco amigos cosechados, reencuentros, experiencias de aprendizaje y de superación. He ido como espectador a decenas de canchas aquí y en otros países, he jugado como aficionado en tantas otras. Y sufro profundamente cuando, como el jueves, bandas de descerebrados oportunamente puestos al servicio de mafias dirigentes y en complicidad con idiotas disfrazados de hinchas (especie de muertos vivientes) hieren de muerte a esta maravillosa creación humana. En medio de la humareda de la devastación, en la noche funeral de la cancha de Boca, las palabras de Camus se oían con claridad, a pesar de todo. Cuando ya nadie recuerde a Orión, Camus seguirá siendo un faro encendido.

jueves, 14 de mayo de 2015

El miedo de los corruptos ante los elefantes

por Sergio Sinay

La despiadada cacería de un viejo juez desnuda la inmoralidad de los chacales y revive, a través de un poema, el valor de la metáfora


El salvaje, obsceno, impiadoso e inmoral ataque que una banda de corruptos en busca de impunidad ha desatado sobre el juez Fayt trajo a mi memoria un bellísimo poema del escritor inglés David Herbert Lawrence (1885-1930), autor de obras clásicas e imprescindibles, como “El amante de Lady Chaterley”, “Mujeres enamoradas” o “hijos y amantes”, entre otras. El poema es de una sutileza y una profundidad que ninguno de estos oportunistas, bocones y brutos a cargo de funciones gubernamentales o parlamentarias podría entender aunque viviera cien vidas. Se titula “El elefante se aparea lentamente” y aquí lo comparto, dedicándolo a las personas sensibles y a todos los viejos que siguen enseñando e iluminando caminos de honestidad, compromiso, decencia, responsabilidad y sentido para quienes vienen detrás:

El elefante, enorme y antiguo animal,
se aparea lentamente;
encuentra una hembra, no muestran premura
esperan

a que en sus vastos corazones cautelosos
poco a poco se encienda la emoción
rezagándose en los lechos de los ríos
mientras toman agua y comen hierbas

y corren en pánico por la maleza de la selva
con la manada,
y duermen en sólido silencio y despiertan
juntos, sin decir nada.

Tan lentamente sus grandes corazones
calientes se llenan de deseo,
y al fin se aman las grandiosas bestias en secreto,
ocultando su fuego.

Son los más viejos y sabios animales
por eso al fin saben
esperar la fiesta más solitaria
el banquete completo.

No arrancan, violentos, los bocados;
su sangre maciza se acerca
como las mareas a la luna, cada vez más

hasta tocarse en el torrente.

lunes, 11 de mayo de 2015

Bailando por un voto

Por Sergio Sinay

Despreocupados de la dignidad, los precandidatos van a la televisión y reflejan la decadencia de la sociedad



 


Con la actitud de animales de circo amaestrados para ejecutar sus “gracias” en cuanto reciben la señal del adiestrador, y en la espera de la recompensa (generalmente una golosina, un pedazo de carne o una palmada en el lomo), los tres precandidatos a presidente con más marketing y visibilidad corren a exhibirse en la inauguración del ciclo televisivo que mejor refleja el patético estado de aspiraciones y valores de nuestra sociedad. Hacen lo que se les pide: bailecitos, chistes tontos, muestran sonrisas de plástico, hablan de “la gente”, exhiben a sus mujeres (dispuestas a cualquier cosa por sus machos alfa). Son capaces de bailar en el caño si eso significa un punto más en las encuestas. Se desesperan por participar en ese programa, de la misma manera en que huyen de cualquier debate serio, pausado, en el que haya que articular ideas, desarrollar argumentos, proponer visiones. Son lo que se ve: banales, superficiales, incultos. Cáscaras moldeadas por asesores de imagen manipuladores, oportunistas, mercenarios, capaces de aconsejar hoy a una de estas caretas y mañana a su contraria.
Adentro de esas cáscaras hay una ambición que no reconoce límites ni condicionamientos morales. La búsqueda de un fin que justifica cualquier medio. Pueden bailar, mentir, pararse de cabeza, mover la cola, besar a su peor enemigo, recitar de memoria el más vergonzoso de los textos preparado por sus publicistas (tan incultos y enemigos del idioma y la sintaxis como ellos mismos).
Algo los diferencia de los animales del circo. Estos promueven lástima, compasión, indignación hacia el adiestrador y quienes comercian con ellos. Esos animales no están allí porque quieren. Son cautivos. Los precandidatos, en cambio, eligen la indignidad. El adiestrador es tan impune e inmoral aquí como en el circo. Y en ambos casos el espectáculo existe porque hay un público que lo acepta, lo aplaude, lo pide y concurre. Solo que lo del circo es acotado y lo de los precandidatos en el programa más visto de la televisión argentina no lo es. Refleja las aspiraciones, los intereses, el nivel de pereza mental y de indiferencia moral de una masa crítica de la sociedad argentina. Esa masa que, sin distinción de nivel social, económico o cultural, hace posible la lacra del populismo y la permanente deriva de un país que hace tiempo decidió desentenderse de su futuro al punto de aceptar no tenerlo. Todo a cambio de un poco de circo, de tercerizar el pensamiento y de optar por vivir según conveniencias antes que según valores.
En su extraordinario ensayo “El cerebro aumentado, el hombre disminuido”, el filósofo y psicólogo argentino Miguel Benasayag (afincado en Francia desde los años setenta) señala que hoy ya no se aspira a la trascendencia sino, apenas, a la salud. La salud necesaria, agrego, como para vivir una vida larga y superficial, vacía de sentido, apenas cómoda, “divertida”, impregnada hasta el tuétano por el consumismo y el egoísmo. Estos precandidatos no amenazan a esa vida, la refuerzan. Y el adiestrador que los convocó a su programa es un experto manipulador de auditorios deseosos de aspirar la nada como se aspira una droga.

Las sociedades tienen los gobernantes que se les parecen. Y los precandidatos que les prometen mantener ese parecido. Que siga el baile (del caño).

miércoles, 6 de mayo de 2015

Política de machos

Por Sergio Sinay

Cuando el machismo se oculta tras apariencias democráticas. Un dato que las elecciones primarias trajeron a la luz




Hay algo que, tras los resultados de las PASO, quedó inadvertido mientras se reproducían los análisis, las predicciones y las especulaciones acerca de lo que vendrá. El apoyo de Macri a Rodríguez Larreta (que demostró su servilismo agradeciendo antes a “Mauricio” que a sus votantes) y el ninguneo de todo el famoso “equipo” del PRO a Gabriela Michetti (empezando por María Eugenia Vidal que ni siquiera demostró, aunque fuera para la tribuna, solidaridad de género) evidenció algo que no aparece en los habituales análisis de polítólgos y opinólogos: el profundo, enraizado y rancio machismo que sigue atravesando a la política, se vista del color que se vista (amarillo, naranja o el que fuera).
Si Macri representara, como se ufana, el “cambio” (?) o la “nueva política” (?) tenía oportunidad de demostrarlo prescindiendo de intervenir en un disenso interno de su partido y permitiendo que este se resolviera democráticamente y no con una fachada de democracia como ocurrió. Prescindir significaba, entre otras cosas, no poner todo el aparato del gobierno capitalino (que incluye estructura, materiales y fondos) a favor de su pupilo. Pero, en cambio, actuó como el macho alfa, al cual las hembras deben rendírsele (¿cómo es que a una se le ocurrió rebelarse?) y los demás machitos seguir, obedecer y hasta lisonjear. Más allá de cuotas femeninas en las listas (no hay cuotas masculinas y no hacen falta) y de algunos cambios cosméticos, la política sigue siendo un terreno atravesado por una masculinidad rancia, jerárquica, impiadosa, belicista, en la que no entran conceptos como cuidado, cooperación, horizontalidad, circularidad, receptividad, sensibilidad, empatía, concesión, aceptación, reconocimiento o respeto (no confundir con obediencia o genuflexión). Quien propone otro camino será expulsado o perseguido hasta ser puesto de espaldas. Y si es una mujer, la descalificación, el desprecio y el castigo serán mayores, para que aprenda la lección y no vuelva a intentarlo.
¿Qué queda a las mujeres en política? Por ahora, salvo excepciones especiales, papeles secundarios o, de lo contrario demostrar que son más machos que los machos (de esto los argentinos podemos dar cátedra). Adoptar el modo, el lenguaje, las prácticas masculinas y, a lo sumo, vestirlas con doble dosis de maquillaje o con alguna glamorosa ropa de marca. Aun así, no estarán a salvo de que se castigue en ellas lo que en varones se perdona (hubo menos escándalo en Chile por toda la corruptela que rodeó a Piñeira que por el grosero ventajismo del hijo y la nuera de Bachelet, que ella misma no justificó sino que criticó). Y si quieren protagonismo deberán ubicarse donde el macho alfa las mande. Hasta que en nuestro país murió al macho alfa de la última década su mujer tuvo que esperar turno y obedecer, por mucha testosterona que hoy exhiba. Hoy Gabriela Michetti (aunque ignoro si ella lo ve en estos términos) empieza a pagar un largo precio por el atrevimiento de haber tenido una idea propia en un marco común. Y Lilita Carrió nunca recibirá argumentaciones por parte de quienes no acuerdan con ella, sino simplemente calificativos como “loca”, “desbordada”, etcétera. Los hombres, en política jamás corren el riesgo de recibir estos diagnósticos (tampoco en los negocios). Sí otros, que corresponden al juego de machos.
Mientras el de la política siga siendo un coto masculino machista y mientras siga regido por códigos que exigen ser obediente, acatar ciegamente, robar para la corona (y para sí mismo, de paso), mentir, amenazar, apretar, desoír, imponer, aventajar, competir, descalificar, “militar” (término que viene de milicia y guerra) no habrá espacio para mujeres que propongan otra cosa. Y los hombres que coincidan con ellas serán vistos por los demás varones como “blandos”, “poco confiables”, “tiernos” o simplemente “maricones”.
Besar un bebé para la foto de campaña, tomar mate con abuelas, hablar de igualdades que no se cumplen, bailar moviendo las caderas no hace a un macho alfa de la política menos macho en el peor sentido de la palabra. Sea del partido que fuere. Hay “progres” machistas y golpeadores, como los hay entre los conservadores y, desde ya, entre populistas y fascistas (dos ideologías machistas de nacimiento). No hay que descuidarse, porque los machistas pueden disfrazarse incluso de ardorosos defensores de la igualdad de género. Como ocurre con los magos, no hay que mirar la mano que nos muestran, sino la que ocultan.

Para finalizar y evitar que se saquen conclusiones erróneas: no voté a los candidatos del PRO, no me interesa un partido cuya visión del mundo cabe en un metrobus.
Los invito a encontrarnos para pensar juntos, será un gusto. Los espero.