La maleza
criolla
Por Sergio Sinay
Para que haya verdaderos cambios sociales y culturales, la viveza criolla (que es solo una forma de estupidez) deberá olvidarse. Sin embargo, en estos días dio una muestra de estar muy presente.
En la primera
semana de este caluroso febrero, bajo un sol devastador, larguísimas filas de
personas se calcinaban en las veredas ante las oficinas de las empresas Edenor
y Edesur, en Buenos Aires, para cambiar la titularidad de su servicio eléctrico
poniéndolo a nombre de algún beneficiario de tarifa social. Quienes lo hayan
logrado pensarán que son muy astutos. Verdaderos ejemplos de la viveza criolla.
Sin embargo, considerado a la luz de Las
leyes fundamentales de la estupidez humana, breve y extraordinario ensayo
del historiador y economista italiano Carlo Cipolla (1922-2000), esa multitud
de supuestos avispados responden perfectamente a la que el autor denomina
Tercera Ley Fundamental o Ley de Oro. Es esta: “La persona estúpida es la que
causa un daño a otra persona o a un grupo de personas sin obtener, al mismo
tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”.
¿Qué lograrán estos
individuos con su acción? Se ufanarán de seguir pagando migajas por un pésimo
servicio a cambio de mantener un consumo alto y derrochador de energía a través
de artefactos electrónicos cuyo uso no están dispuestos a moderar. Se
diferenciarán así de los “giles” que acepten la actualización de las tarifas irresponsablemente
subsidiadas durante una década por un gobierno populista y depredador que dejó
al país en estado de indigencia energética, entre otras indigencias.
Todos conocemos
el resultado del subsidio clientelista. Cortes, escasez de energía y altísimos
costos para importar la que se consiga. Un país que se autoabastecía pasó a ser
dependiente. La avivada de poner la cuenta de luz a nombre de un falso titular
para rapiñar lo que luego se gastará sin miramientos en otros rubros, confirma
una de las leyes de la estupidez humana. A la larga estos “vivos” sufrirán los
mismos cortes y escasez que todos, cortes y escasez que podrán ser justificados
por la insuficiencia de recursos para inversión. Y esa vivada también ejemplifica
otra categoría citada por Cipolla en su libro. La de los malvados: aquellos que se benefician mientras dañan a otros. Quedan
aún dos categorías según la observación del pensador italiano: la de los ingenuos (que pierden mientras otros
ganan) y la de los inteligentes (que
logran que todos ganen). Esta última, sobre todo, está muy lejos de la larga fila
de vivos criollos que eligieron cocinarse al sol. Por supuesto, hay quienes cumplen con los requisitos de la tarifa social, pero no eran mayoritarios en las filas de aquellos días. Porque quienes tienen derecho a esa tarifa ya contaban con ella.
Mucho
de esto deberá cambiar en la sociedad argentina para que se pueda empezar a
hablar de transformaciones sociales y culturales profundas. Cuando surge la
clásica pregunta hacer de qué nos pasa a los argentinos, cuál es la razón por
la que estamos cada día más lejos del mundo y de una mediana normalidad (es
decir, una vida con reglas consensuadas y aceptadas, con leyes que se cumplen y
se respetan, con una justicia confiable y gobiernos honestos aunque sean
mediocres), una respuesta podría ser que hemos cultivado durante demasiado
tiempo la viveza criolla. Y esa viveza ya es maleza. Es plaga y a menudo no deja
crecer otra cosa. Hay que cambiar de cultivo. Y esto es responsabilidad de cada
uno.
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