Asuntos
legales vs. asuntos morales
Por Sergio Sinay
Las leyes ofrecen fisuras y resquicios gracias a los cuales algunos robos pueden no parecerlo. Por eso lo moral es más importante que lo legal.
Tras haberse
quedado con 8 mil millones de pesos del erario público (es decir, dinero que
tras salir del bolsillo de los ciudadanos no llegó a escuelas, hospitales,
rutas, seguridad y otras áreas en las que se concentran las necesidades comunes
de la sociedad), tanto el empresario Cristóbal López como su socio Fabián De Sousa,
arguyeron que no había nada ilegal en su acto. Ricardo Echegaray, con cuya
complicidad en la AFIP pudieron hacer lo que hicieron, insistió en el tema de
la presunta legalidad. Fuera de tecnicismos jurídicos, el Diccionario Panhispánico
de Dudas de la Real Academia define con la palabra robar al acto de “tomar para sí algo ajeno sin conformidad del
dueño”. Y en su imprescindible Diccionario de Uso del Español, la filóloga y
lexicóloga María Moliner (1900-1981) propone como primera acepción de la
palabra robar, lo siguiente: “Quitar una cosa de valor considerable a su dueño
con violencia o engaño, lo que constituye un delito”.
Abogados bien
pagos y especializados en encontrar fisuras, sofismas y filtraciones por donde
las leyes puedan ser sorteadas se encargarán posiblemente de defenderlos y argumentar que quienes se quedaron con lo que
pertenecía al bien común actuaron “legalmente”. Pero una cosa es lo legal, que
tiene que ver con la letra fría, siempre falible e incompleta de la ley, y otra
cosa es lo legítimo. Muchas, demasiadas, cosas son legales y no son legítimas.
La legitimidad remite a lo moral, y lo legal no siempre es moral.
Desde los
primeros filósofos griegos en adelante la moral ha sido tema de estudio,
discusión y análisis en la filosofía, en el derecho, en la literatura, en la
teología y, aunque los ciudadanos de a pie no tomen conciencia de ello, en
diversas circunstancias de lo cotidiano. La pregunta esencial de la moral es
sencilla: ¿cómo debemos actuar? La respuesta parece no serlo. ¿Actuar para
qué?, se repregunta de inmediato. Immanuel Kant, que dedicó su vida y obra al
tema, ponía a la razón como herramienta esencial de la moral (al razonar, los
humanos no tenemos excusa ni podemos fingir ignorancia) y proponía lo que llamó
imperativo categórico: “Actúa de tal modo que tus acciones puedan convertirse
en ley universal”. Robá si aceptás que todos roben. Matá si aceptás que todos
maten. Mentí si aceptás que todos mientan. De lo contrario, abstente. Y
siempre, agregaría un existencialista, hacete cargo de las consecuencias de tus
actos.
¿Qué pensarán de
esto los señores López, De Sousa, Echegaray (podríamos agregar Bodou, Jaime y
seguir la línea hasta el pináculo de la pirámide)? Ocupados en lo que suelen
ocuparse, quizás estas lucubraciones estén muy lejos de su entendimiento.
Mientras tanto, el activo y estimulante filósofo inglés Anthony C. Grayling
(entre muchas otras cosas, presidente de la British Humanistic Association)
propone en su libro “¿Qué es lo bueno?”, la siguiente respuesta a esa pregunta
fundacional de la moral: “Lo bueno es la mejor vida humana en un mundo humano,
vivida humanamente”.
Parece sencillo.
Pero es complejo. Los llamados valores morales apuntan a garantizar esa vida.
Y, como señala Adela Cortina (primera mujer en ocupar un sillón en Real
Academia Española de Filosofía), las ficciones morales útiles ayudan a ordenar
un mundo caótico en el que la injusticia y la desigualdad son evidencias
permanentes e innegables. ¿Por qué ficciones? Porque nos brindan una trama, un
horizonte, algo en que creer, herramientas para luchar por “la victoria de la
justicia, la reivindicación del héroe y la eficacia de la lógica”. Así lo dice en
su ensayo “Ética sin moral”.
El título del
libro de Cortina permite un oportuno señalamiento. Mientras la moral nos dice a
todos qué es lo bueno (considerado como medio para la convivencia
verdaderamente humana), la ética de cada persona muestra cómo elige actuar, al
margen de si lo hace en línea con lo bueno o no. También las acciones de muchos
jueces deslindan ética de moral. En definitiva, hay éticas que no son morales.
Y hay operaciones que, aun cuando encuentren un ropaje legal, tampoco lo son.
Quedarse con lo que es de todos desentendiéndose del daño causado a otros nunca
puede ser moral. Y avalarlo y defenderlo, mucho menos.
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