FELICIDAD ENVASADA AL VACÍO
por Sergio Sinay
El pensamiento superficial avanza y ahora se lleva puesto al significado profundo de la felicidad
En la era del
vacío, la banalización de la felicidad y la falsificación de su significado
están a la orden del día. Un presidente la propone como proyecto de gobierno,
convencido quizás de que puede haber una felicidad de talla única, simple,
facilonga, elemental (hecha de jingles, sonrisas y globos) que les vaya bien a
todos. A su vez un aviso publicitario (se supone que de autos, aunque el producto está
desdibujado) plantea que haya “calles felices”, bautizándolas con nombres de
cómicos y comediantes, quienes en verdad merecerían que no se les falte el respeto usándolos como
señuelos de este truco burdo e infantil. Los destinatarios de ambos mensajes
(ciudadanos y consumidores) son tratados como tontos, se les propone una suerte
de pensamiento mágico capaz de crear realidades con solo desearlas.
En ambos casos la
felicidad aparece como una aplicación y sólo habría que bajarla y ejecutarla. Algo que viene
de afuera hacia adentro. Pero el camino es inverso. La felicidad es el resultado de
una manera de vivir, de cómo se ejercen valores, de cómo se construyen vínculos
y se los honra, de cómo exploramos el sentido de nuestra vida, de la coherencia
entre nuestros actos y ese sentido.
La felicidad es una huella, no una zanahoria a alcanzar. Por eso no puede ser una meta. La meta es otra: vivir con sentido, honrar lo recibido, dejar el mundo un poco mejor de cómo lo encontramos. La felicidad será una consecuencia.
Pero estamos en la era del vacío, de la banalidad militante, del facilismo rabioso, de la superficialidad innegociable. Y no hay aviso tramposo ni propuesta política insulsa que puedan provocar felicidad automática en donde todo lleva a la insatisfacción permanente y a la angustia existencial asegurada. La felicidad que prometen y proponen es artificial, sin raíces y envasada al vacío. Al vacío existencial.
La felicidad es una huella, no una zanahoria a alcanzar. Por eso no puede ser una meta. La meta es otra: vivir con sentido, honrar lo recibido, dejar el mundo un poco mejor de cómo lo encontramos. La felicidad será una consecuencia.
Pero estamos en la era del vacío, de la banalidad militante, del facilismo rabioso, de la superficialidad innegociable. Y no hay aviso tramposo ni propuesta política insulsa que puedan provocar felicidad automática en donde todo lleva a la insatisfacción permanente y a la angustia existencial asegurada. La felicidad que prometen y proponen es artificial, sin raíces y envasada al vacío. Al vacío existencial.
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