lunes, 13 de junio de 2016

“La tierra y la sombra”, pequeña y dolorosa obra maestra

Por Sergio Sinay

Una película colombiana que, con austeridad, belleza y compasión se ocupa de seres dignos y olvidados


 ¿Puede haber futuro en donde no existe el presente y el pasado es dolor? Este interrogante atraviesa silenciosamente cada minuto de La tierra y la sombra, una película colombiana de impresionante despojamiento y rigurosidad narrativa, hecha de algunas de las imágenes más bellas y conmovedoras que vi en mucho tiempo. La historia es sencilla. Alfonso, un campesino que partió 17 años atrás hacia la ciudad, abandonando a su mujer y a su hijo en busca de algún horizonte, regresa porque ese hijo agoniza, víctima de una enfermedad pulmonar. Alfonso conoce así a su nuera, a su nieto de 11 años y se enfrenta al resentimiento de su propia y abandonada mujer. Las dos mujeres trabajan duramente en la zafra (donde son explotadas miserablemente, como legiones de cañeros) para mantener apenas una oscura supervivencia. Alfonso intenta reparar su larga ausencia poniendo alguna dirección en ese caos desesperanzado. Procura un médico para su hijo, abandonado al azar por el ingenio y por el gobierno, se ocupa de su nieto, propone a su nuera y a su esposa sacarlas de allí, llevarlas a la ciudad, en donde él tampoco se ha salvado pero al menos vislumbra mínimas salidas. Su hijo, en tanto, agoniza sin remedio y no habrá milagro para él.
Esto está narrado con austeridad y dignidad (como los escenarios en que transcurre el film), con diálogos breves y secos. Los personajes se explican por sus conductas, mientras el espíritu de Faulkner sobrevuela a la historia y a sus personajes (especialmente la novela Mientras yo agonizo). La tierra y la naturaleza son continentes mudos para ese dolor. No hay obviedades psicologistas en el relato, se agradece la ausencia de moralina y de moralejas. No hay mensaje, solo empatía, comprensión y una mirada compasiva sobre seres librados a su destino. Son ellos, por sí, quienes podrán redimir lo redimible, perdonar lo perdonable, construir lo construible. No hace falta hablar de política para hacer un film político, ni hablar de espiritualidad o milagrosos descubrimientos para hacer un film profundamente espiritual, con personajes de impresionante veracidad y humanidad, olvidados (como tantos) por las burocracias políticas y religiosas.
Esta obra maestra de César Augusto Acevedo (escrita por él mismo), ganó merecidamente en el Festival de Cannes el premio Cámara de Oro a la mejor opera prima. Y la fotografía de Mateo Guzmán, explica por sí misma (en una sucesión de cuadros que son un dechado de manejo de luz, color y perspectiva) por qué el gran poder del cine reside en la imagen.
La tierra y la sombra es una de esas obras que, por sí misma, justifican a un artista y a su arte. 

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