“La tierra y la sombra”, pequeña y dolorosa obra maestra
Por Sergio Sinay
Una película colombiana que, con austeridad, belleza y compasión se ocupa de seres dignos y olvidados
¿Puede haber
futuro en donde no existe el presente y el pasado es dolor? Este interrogante
atraviesa silenciosamente cada minuto de La
tierra y la sombra, una película colombiana de impresionante despojamiento
y rigurosidad narrativa, hecha de algunas de las imágenes más bellas y
conmovedoras que vi en mucho tiempo. La historia es sencilla. Alfonso, un campesino
que partió 17 años atrás hacia la ciudad, abandonando a su mujer y a su hijo en
busca de algún horizonte, regresa porque ese hijo agoniza, víctima de una
enfermedad pulmonar. Alfonso conoce así a su nuera, a su nieto de 11 años y se
enfrenta al resentimiento de su propia y abandonada mujer. Las dos mujeres
trabajan duramente en la zafra (donde son explotadas miserablemente, como legiones
de cañeros) para mantener apenas una oscura supervivencia. Alfonso intenta
reparar su larga ausencia poniendo alguna dirección en ese caos desesperanzado.
Procura un médico para su hijo, abandonado al azar por el ingenio y por el
gobierno, se ocupa de su nieto, propone a su nuera y a su esposa sacarlas de
allí, llevarlas a la ciudad, en donde él tampoco se ha salvado pero al menos
vislumbra mínimas salidas. Su hijo, en tanto, agoniza sin remedio y no habrá
milagro para él.
Esto está narrado
con austeridad y dignidad (como los escenarios en que transcurre el film), con
diálogos breves y secos. Los personajes se explican por sus conductas, mientras
el espíritu de Faulkner sobrevuela a la historia y a sus personajes (especialmente
la novela Mientras yo agonizo). La tierra
y la naturaleza son continentes mudos para ese dolor. No hay obviedades
psicologistas en el relato, se agradece la ausencia de moralina y de moralejas.
No hay mensaje, solo empatía, comprensión y una mirada compasiva sobre seres
librados a su destino. Son ellos, por sí, quienes podrán redimir lo redimible,
perdonar lo perdonable, construir lo construible. No hace falta hablar de política
para hacer un film político, ni hablar de espiritualidad o milagrosos
descubrimientos para hacer un film profundamente espiritual, con personajes de
impresionante veracidad y humanidad, olvidados (como tantos) por las
burocracias políticas y religiosas.
Esta obra maestra
de César Augusto Acevedo (escrita por él mismo), ganó merecidamente en el
Festival de Cannes el premio Cámara de Oro a la mejor opera prima. Y la fotografía
de Mateo Guzmán, explica por sí misma (en una sucesión de cuadros que son un
dechado de manejo de luz, color y perspectiva) por qué el gran poder del cine
reside en la imagen.
La tierra y la sombra es una de esas obras que, por sí misma, justifican a
un artista y a su arte.
Gracias por la recomendación! Sencillamente hermosa.
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