Esclavos autoconvocados
Por Sergio Sinay
La esclavitud glamorosa es una de las grandes victorias del capitalismo sobre la dignidad humana.
Lejos de terminar, allí empezó la cuestión. La Reunión
Obrera Internacional, convocada poco después en París, y encabezada por
socialistas y anarquistas de todo el mundo, tomó la fecha del 1º de mayo de
1890 como inicio de una serie de manifestaciones simultáneas en todo el planeta,
en las que se exigiría a todos los gobiernos la proclamación de una ley que
redujera a ocho horas de trabajo la jornada laboral, así como otras demandas
relativas a la humanización del trabajo, que seguía siendo esclavo más allá de
las bonitas proclamas contra la esclavitud.
Memoria perdida
En un mundo sin memoria, dedicado a lo inmediato, abrazado a
lo fugaz y superficial, hoy se toma el 1º de mayo como fecha festiva y para la
mayoría de las personas es, simplemente, “un feriado más”, de cuyo motivo no
tienen ni idea. Las propias organizaciones gremiales (lideradas por gordos corruptos
y ricachones) se encargan de ocultar y ningunear esa dolorosa historia.
Como tantas veces, el capitalismo impone su cara más dura
aunque la maquille tras espejos de colores (el “capitalismo de rostro humano”,
del que suele hablarse, es un oxímoron) y así tenemos que trabajadores de las
grandes cadenas de supermercados de la provincia de Santa Fe piden esta semana
que se derogue la ley por el cual gobierno de ese Estado prohibió que los
grandes centros comerciales abran los domingos, para preservar así el derecho
al descanso y a una semana laboral salubre. El Sindicato de Empleados de
Comercio (una corporación empresarial en sí mismo) y la Asociación de
Supermercados aparecen aliados en la rebelión contra esta ley, y en su
desacato. Ya no hace falta la represión policial de aquellos años. Quienes más
deberían defender su derecho humano al descanso y a un trabajo en condiciones
dignas se llevan a sí mismos de la correa hacia la noria. Esta es apenas una de
las formas de esclavitud cool y
glamorosa que hoy borra la memoria de aquellos mártires. Hay otras, aún más
sofisticadas, como el trabajo on-line, que sus cultores exhiben como un acceso
a la libertad cuando es en verdad una modernísima forma de servidumbre: trabajo
en casa, sí, o en un bar, sí, o en la playa, sí, pero sin horarios, a despecho
de los propios vínculos y de la propia salud, sobre todo mental. Pero muy
tecno.
Hace ciento treinta años hubo quienes murieron
por defender su dignidad en el trabajo. Pedían menos esclavitud. Hoy se pide
más. Amaestrados, quienes hacen ese pedido se exhiben como perfectos ejemplos
del Síndrome de Estocolmo. El prisionero enamorado del carcelero. Y sin
necesidad de látigos.
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