viernes, 15 de julio de 2016

Esclavos autoconvocados

Por Sergio Sinay

La esclavitud glamorosa es una de las grandes victorias del capitalismo sobre la dignidad humana.


 En noviembre de 1884, hubo en Chicago un congreso de la Federación Americana del Trabajo (American Labor Federation). Se decidió allí pedir al gobierno que, a partir del 1º de mayo de 1886, se aplicara la jornada laboral de ocho horas. Hasta entonces esa jornada no tenía límites. Y también se pidió por los días de descanso. Si la petición se denegaba habría huelgas, según advirtió la Federación. El gobierno del presidente Andrew Johnson promulgó la ley que, sin embargo, no fue acatada por las patronales. El 1º de mayo de 1886 hubo paros y manifestaciones. A partir del 3 de ese mes se desató una brutal represión policial tomando como excusa un falso atentado con bombas perfectamente armado por las fuerzas del “orden”. Hubo ocho trabajadores muertos y otros ocho detenidos como presuntos cabecillas de las protestas. Dos ni siquiera habían estado en los actos. Sometidos a juicio sumario y arbitrario, acusados de ser parte de una conspiración internacional, dos de ellos fueron condenados a cadena perpetua, otros dos a 15 años de trabajos forzados y los cuatro restantes a la horca. A todos ellos se los conoce desde entonces como los Mártires de Chicago.
Lejos de terminar, allí empezó la cuestión. La Reunión Obrera Internacional, convocada poco después en París, y encabezada por socialistas y anarquistas de todo el mundo, tomó la fecha del 1º de mayo de 1890 como inicio de una serie de manifestaciones simultáneas en todo el planeta, en las que se exigiría a todos los gobiernos la proclamación de una ley que redujera a ocho horas de trabajo la jornada laboral, así como otras demandas relativas a la humanización del trabajo, que seguía siendo esclavo más allá de las bonitas proclamas contra la esclavitud.

Memoria perdida
En un mundo sin memoria, dedicado a lo inmediato, abrazado a lo fugaz y superficial, hoy se toma el 1º de mayo como fecha festiva y para la mayoría de las personas es, simplemente, “un feriado más”, de cuyo motivo no tienen ni idea. Las propias organizaciones gremiales (lideradas por gordos corruptos y ricachones) se encargan de ocultar y ningunear esa dolorosa historia.
Como tantas veces, el capitalismo impone su cara más dura aunque la maquille tras espejos de colores (el “capitalismo de rostro humano”, del que suele hablarse, es un oxímoron) y así tenemos que trabajadores de las grandes cadenas de supermercados de la provincia de Santa Fe piden esta semana que se derogue la ley por el cual gobierno de ese Estado prohibió que los grandes centros comerciales abran los domingos, para preservar así el derecho al descanso y a una semana laboral salubre. El Sindicato de Empleados de Comercio (una corporación empresarial en sí mismo) y la Asociación de Supermercados aparecen aliados en la rebelión contra esta ley, y en su desacato. Ya no hace falta la represión policial de aquellos años. Quienes más deberían defender su derecho humano al descanso y a un trabajo en condiciones dignas se llevan a sí mismos de la correa hacia la noria. Esta es apenas una de las formas de esclavitud cool y glamorosa que hoy borra la memoria de aquellos mártires. Hay otras, aún más sofisticadas, como el trabajo on-line, que sus cultores exhiben como un acceso a la libertad cuando es en verdad una modernísima forma de servidumbre: trabajo en casa, sí, o en un bar, sí, o en la playa, sí, pero sin horarios, a despecho de los propios vínculos y de la propia salud, sobre todo mental. Pero muy tecno.
Hace ciento treinta años hubo quienes murieron por defender su dignidad en el trabajo. Pedían menos esclavitud. Hoy se pide más. Amaestrados, quienes hacen ese pedido se exhiben como perfectos ejemplos del Síndrome de Estocolmo. El prisionero enamorado del carcelero. Y sin necesidad de látigos.

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