Echeverría o la imposibilidad de la Argentina
Por Sergio Sinay
Reseña de una novela excepcional, que penetra en el alma de uno de los tantos protagonistas de la historia que soñaron con una Argentina imposible y se vieron derrotados y expulsados por el atrevimiento.
En un momento avanzado de su corta
vida, y de la trama de esta novela excepcional (para decirlo pronto), Esteban
Echeverría piensa que si está en donde está en ese momento, exiliado en su
propia patria, huyendo del salvajismo intolerante de una dictadura que se atribuye
la voz del “pueblo” y de la “patria” (dos palabras caras a los populismos y a
los autoritarismos de todos los tiempos), es porque él estaba equivocado.
Escondido en medio del desierto, derrotado intelectual y moralmente, a merced
de una enfermedad que lo va venciendo sin remedio, acepta que “la Argentina no
es lo que creía”.
Echeverría, la novela de Martín Caparrós, es
el relato de esa derrota, de ese desencanto y es una profunda e implacable
meditación sobre la literatura, sobre cómo se cuenta la historia y sobre la
imposibilidad de la Argentina. Una imposibilidad que, a la luz de esta
narración, asoma como congénita.
Esteban Echeverría mamó en París la
leche del romanticismo y de la democracia republicana mientras estuvo becado
allí por el gobierno de Rivadavia, entre 1826 y 1830, y a su regresó creyó que
con la estética y la pasión del primero se podía fundar una literatura
argentina y que con los fundamentos de la segunda sería posible avanzar en la
visión de un país que superara antinomias trágicas y sangrientas y se
construyera sobre la diversidad, la equidad social y sobre el credo
republicano. Intentó plasmar esos ideales junto a figuras como Marcos Sastre,
Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez entre otros. No fue casual que, en
su momento, todos terminaran en el destierro, y que aún hoy sean ninguneados
por portadores de poderes e ideas que han mantenido al país alejado de todo
destino posible. Aun así Echeverría logró al menos fundar la literatura
argentina con un poema como La cautiva
y, sobre todo, con un relato como El
matadero. “La historia del muchacho en el matadero del Alto le ocupa la
cabeza”, se lee en la novela. “Le parece un reflejo de lo peor de la Argentina:
una metáfora, se dice, de lo peor de la Argentina –de lo que no creía que la
Argentina fuera”.
La escritura de Caparrós en Echeverría es depurada, precisa,
incisiva. Cada palabra cuenta, no está allí por azar. Hay una impresionante
penetración en los sentimientos, pensamientos y respiración del personaje. Y una
lúcida y perfecta simbiosis entre lo ficcional (lo que el autor imagina sobre
este protagonista real) y la reflexión sobre las circunstancias históricas en
las que vive. Sin ruptura esa reflexión se extiende al presente y lo hace
también sin subrayados innecesarios ni moralejas. Se puede intuir (al menos lo
intuí como lector) que, mientras acompaña la odisea de Echeverría, Caparrós medita
sobre sí mismo como escritor, sobre esta misma obra y sobre el papel y el deber
de los intelectuales, sobre todo después de las perversas, oportunistas y
corruptas conductas que tantos de estos exhibieron sin pudor y sin moral en
tiempos recientes. Tiempos acaso tanto o más oscuros que los vividos por
Echeverría. Quizás haya que afirmar que son más oscuros, porque el autor del Dogma Socialista (propuesta de una
democracia posible) murió pobre y enfermo en Montevideo, en 1851, a los 46 años,
como una víctima más de un país expulsivo, y en lo profundo y esencial nada parece
haber cambiado desde entonces.
Tanto desde el punto de vista
literario, como desde el político e histórico, Echeverría, la novela de Martín Caparrós, es un texto poderoso,
necesario, inclemente, y una exquisita muestra de lo que significa escribir
bien. De su lectura se sale conmovido, dolorido y con una certeza. No es amarga
la verdad, lo que no tiene es remedio. No, al menos, en la Argentina.
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